Carta del Dr. Alfredo López Áustin.


Ciudad Universitaria, a 31 de julio de 2010

(PARA EXPOSICIÓN-INSTALACIÓN EN EL MAP):

Walther Boelsterly Urrutia
Director General del Museo de  Arte Popular.
Revillagigedo 11 esq. Independencia 3er Piso
Cuauhtémoc, Distrito Federal 06050 México


(PARA PROYECTO DE PUBLICACIÓN DE LIBRO DE DIVULGACIÓN POPULAR CON MAQUETITA Y CD CON ARCHIVO DE FOTOGRAFÍAS Y CÁPSULA DE VIDEO) :

Lic. Martha Elena Cantú Alvarado
Secretaria Ejecutiva
FONDO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES (FONCA)
Dirección de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales
República de Argentina núm. 12 (entrada por Donceles núm. 107),
Colonia Centro, delegación Cuauhtémoc,
C.P. 06010, México, D.F.


Estimado señor(a):

Hace apenas unos días escuché en la televisión a Antonio Lazcano Araujo, diciendo algo que bien pudiéramos suscribir muchos académicos. Afirmaba Antonio que los investigadores universitarios estamos en nuestros cubículos dispuestos a recibir a toda persona que acuda en consulta. Efectivamente, creo que es la consultoría abierta una forma de cumplir con las obligaciones de quienes hemos optado por laborar en una institución pública de educación superior; y no sólo esto, sino que tal desempeño nos deja, por lo regular, un cúmulo de satisfacciones.

El ejercicio de la función de consultores puede deparar sorpresas. Espera el investigador, en cada caso, compartir a quienes a él acuden algo de sus propios conocimientos; pero es posible que el parámetro se invierta y que sea el investigador quien reciba de los supuestos consultantes una lección que mucho enriquece sus perspectivas. Y así me sucedió el pasado miércoles 28 de julio cuando un grupo de personas procedentes del pueblo de Tecómitl acudió a verme al Instituto de Investigaciones Antropológicas cargando un envoltorio de considerables dimensiones. “Es un códice en cruz”, me dijeron. Ante la aclaración, debimos trasladarlos a la biblioteca para colocar adecuadamente varias mesas y así poder desplegar aquel preciado objeto.

En un primer momento pensé que el soporte del códice estaba formado por hojas de papel de amate. Al abrirlo me explicaron los visitantes de Tecómitl que los propios autores de la obra habían recolectado hojas y flores regionales para fabricar las planas en las que plasmarían sus dibujos. Los creadores del códice habían sido niños de primaria, de distintas edades, y la forma en cruz ―rememorando antiguas tradiciones― les había permitido tratar distintos asuntos, dando a cada rama el sentido de un capítulo.

Mis hábitos de historiador me llevaron de inmediato a las comparaciones. Estaba en presencia de tlacuiloque modernos. La experiencia me era inédita. Los antiguos dibujantes de códices, a quienes tanto había imaginado en mis investigaciones, siempre habían estado a tal distancia en el tiempo, que sus formas me llegaban desdibujadas. Ahora, en Tecómitl, se ataban cabos de la historia. Sin embargo, las diferencias entre los antiguos plasmadores del conocimiento y los niños de Tecómitl había importantes diferencias. Aquéllos debieron de haber sido maduros sacerdotes que dirigían sus trazos e iluminaban las figuras con el rígido patrón de un saber canónico. Éstos habían experimentado toda la hazaña creativa: la del rasgo inseguro; la del temor inicial de dañar las láminas vegetales que con tanto esfuerzo habían manufacturado; la del avance repentino en la destreza lozana, apenas adquirida; la del descubrimiento de que no sólo se puede cantar con voces y que también se pueden construir símbolos con el cuerpo antes de dibujarlos como propios. Se habían entregado a la creación libre; pero, más allá, habían aprendido qué es ser libres por la creación.

En las ramas de la cruz habían quedado las visiones infantiles de un ser comunal. Se distribuían en ellas la afirmación identitaria; la percepción de la historia narrada, filtrada ya por la imaginación de niño; la historia vivida en la aventura propia; la imaginación que no es historia hasta que se plasma sobre el papel. El códice fue un juego entre el pasado remoto y una vivencia cargada de colores; entre la recepción de los patrones nacionales, los valores comunales de un pueblo tradicional, las andanzas colectivas transformadas en aventuras por la memoria de pequeños exploradores, y la explosión de la fantasía individual que adquiere vida social por el correr de los pinceles. Los niños habían creado el códice en los emocionantes momentos de su total entrega. Era el fruto máximo de la obra de arte.

La idea del juego llevó de nuevo mi imaginación al antiguo tlacuilo, y me vi falto en mis rutinarias apreciaciones de historiador. Nunca había valorado el poder expresivo en la limitada libertad de expresión del sacerdote dibujante. Ahora podía imaginarlo no sólo como el rígido ejecutor del registro de un saber consagrado, sino como quien en el casi inaudible correr de las tintas sobre las hojas se entrega al gozo de domeñar su pulso. Y es que la obra de arte no surge del simple traslado a la materia de una idea preconcebida; nace, por el contrario, del momento de la lucha concreta, incierta, entre la voluntad y la materia.

Ya divagaba yo frente al códice de Tecómitl. La obra había producido su efecto: aquel trabajo infantil era un percutor de otras imaginaciones. No cabe duda de que me encontraba frente a un verdadero precedente para comprender la importancia y fomentar la continuidad de este tipo de trabajo comunitario-infantil. Al igual que los antiguos códices lo son para la investigación de nuestro pasado.

¿Cuál puede ser el destino de la obra? Cumplió su función plena, sin duda, en el momento mismo de su elaboración. Quienes intervinieron en este juego jamás olvidarán el valor del placer compartido, de la producción colectiva, del ejercicio de la libertad creativa, de la pertenencia, por la obra nueva, a una tradición secular. Sin embargo, el objeto de arte no agotó su vigor acumulado cuando cumplió su función primordial. Como toda obra de arte, es un potencial provocador de divagaciones, una fuente permanente de emociones. Sólo es necesario que ocupe un lugar privilegiado para que miles de ojos lo observen y miles de mentes se vean tocadas por su historia.

De igual forma, al revisar la maqueta del libro de divulgación popular, que permite comprender el proceso de creación y los contenidos de este códice, resalta la importancia del apoyo para su publicación.

¡Que su inagotable poder se abra plenamente!

Con un saludo cordial,


                                                      Alfredo López Austin